jueves, 22 de diciembre de 2011

Hambre y esplendor en Malvinas (historia de un Veterano)

Varias veces he manifestado que hay muchos héroes (El piloto famoso, el Comando, etc, etc), pero hay uno que es el mas olvidado o el mas desconocido, es aquel que pasó mas de 60 días en la trinchera (pozo de zorro), alguien lo llamó el "Héroe de todos los minutos". Es el que debió luchar contra el clima, el hambre, el bombardeo aéreo, el bombardeo naval, la artilleria terrestre y por último debió guardarse para verle la cara al enemigo. 

La historia fue escrita con la intención de hacerle vivir a alguien que nunca estuvo en un bombardeo naval, aquellas sensaciones, espero haberlo logrado.
AUTOR: VGM Daniel Grau.


CRUZADOS

Un ruido extraño me sacó del sueño profundo en que me encontraba. Atiné a extender el brazo semidormido, repleto de hojarascas revueltas que me corrían por las venas y hormigueos típicos de un miembro entumecido. Mi mano se movió con pesadez hacia la mesa de noche para encender la luz, pero el velador ya no estaba. Los dedos palparon, en cambio, una superficie húmeda y fría, horrenda, resbaladiza, como una enorme babosa helada. El impacto me sobrecogió; abrí los ojos del todo y, de una vez, contemplé estupefacto la figura erguida de espaldas a mí de aquel ser inmóvil: el sargento Sánchez, Toto para los cercanos. Luego de un año de estar juntos en la milicia y a pesar de ser él un sargento y yo apenas un soldado, nuestra amistad pesaba más que las insignias. Salvo cuando estábamos delante de alguien de graduación militar superior, y por respeto a él, en el resto de las ocasiones lo seguiría llamando así, Toto.
Mi compañero montaba guardia atento y sin percatarse de que yo había despertado. Para graficarlo de alguna manera, digamos que yacía en el fondo de un pozo de zorro tapado con una manta húmeda de un verde descolorido. En esos diez grados bajo cero de la trinchera de las islas Malvinas, el poco calor que brotaba de mi cuerpo provocaba el desprendimiento de tenues rastros de vapor.

—Toto, ¿qué hora es? —pregunté, quebrando el silencio que sólo el viento austral se animaba a desafiar en las noches de la guerra.
— ¿Ya te despertaste? —Dijo mientras observaba su reloj de pulsera––. Te quedan cuarenta minutos más, son las dos y veinte.
— ¡No!, es suficiente. Descansá vos; yo te reemplazo ahora mismo. Ya no puedo dormir más. Tuve un sueño horrible.
— ¿Qué soñaste? Contáme.
—Dejálo así, sería revivirlo y con una vez me basta. Ya está, quiero olvidarme de eso, de mi casa, mi cama y la maldita paz que no tengo. ¿Cómo anduvo la noche? ¿Todo tranquilo?
—Sí. Es martes, no creo que usen los cañones de las fragatas. Por lo que sé, hoy no les pagan doble. Pero ya se viene el jueves, viernes y el fin de semana; ahí si que parimos otra vez. Nunca en mi vida pensé que me iban a gustar tanto los lunes y martes.
—Bueno, al menos una noche de paz hoy. Dormite tranquilo que ya estoy despierto del todo.
Me incorporé como podía, intentando liberarme de esa maraña de músculos tensos que era mi cuerpo. Ya de pie sujeté el correaje a mi cintura, adosé dos granadas de mano MK-5 a mi pecho, y así completé los preparativos para una nueva jornada de guardia, colocándome el casco y asiendo el fusil. Todo aquello lo hacía sin pensar, mecánicamente, como un torpe robot acéfalo, preparado para matar o morir.

El Sargento, mi buen amigo, me sacó del autismo en que residía mi mente con una frase llena de simpleza, pero cargada de compañerismo y afecto.
—Antes de dormir me voy a tomar una leche caliente, ¿querés una, Daniel? Te preparo —ofreció.
—Dale. Gracias, Toto. Sacá mi jarro que está abajo de la almohada —le dije.
— ¡Pero mirá vos! ¿Ahora la llamás almohada? Dos tubos de granadas de mano envueltos en una manta.
— ¡Y bueno! ¿Cómo querés que la llame? — Al fin y al cabo cumplía la función de almohada, ¿o no era ahí donde apoyábamos nuestras cabezas noche tras noche, para conciliar aunque fuera un sueño de mierda?
—Tenés razón, después de todo no es tan incomoda. Pero digo yo, ¿dormir sobre una almohada de granadas no traerá malos sueños? ¿Será eso? ¡Sueños un poco pesados!
— ¡Ja, Ja! ¡No! No seas supersticioso Toto. Además, recordá que es nuestro pasaporte seguro a la muerte y sin sufrimiento ––le dije.
Le temíamos más a la agonía, que a la muerte. Aparte de la caja de mil municiones para los fusiles y otras tantas para las pistolas, los tubos de granada y las tres granadas antitanque PDF eran parte del arsenal con el cuál contábamos para defendernos, y también nuestro pasaporte seguro al otro mundo, con garantía de no padecer sufrimiento físico. Si una bomba caía en nuestra trinchera o muy cerca de ella, como para hacernos daño, el arsenal respondería como una gran explosión en cadena.

—Así es, nomás. Esperemos que no pase ––dijo el Toto.
Se produjo una pausa casi eterna, pero lejos de hallarse vacía abundaba en temores, ideas, deseos. Nuestras mentes brillaban en destellos de locura, en la oscuridad de la incoherencia que era permanecer allí. Ahí dentro se debatía otra batalla extraña, una contienda oculta y real que cada cual conocía a la perfección, aún sin comentarla, ni mostrarla. Aquel otro campo de batalla era, sencillamente, el duelo interminable entre quebrarse o seguir, y cada uno la peleaba con lo que podía en la quietud y el silencio de su cabeza.
Espié al sargento de reojo sin que lo advirtiera, evitando distraer la vista del frente en aquella noche cerrada. Se lo veía frágil, delgado. Estaba de cuclillas en el fondo del pozo, ahora tenuemente iluminado con la luz de una vela que él mismo había fabricado con sebo de cordero. Como un ritual de cada noche y cada día, preparaba la leche en polvo, colocando las pastillas de alcohol. Lo seguí mirando, me dio ternura. Tomé conciencia por un segundo de que hoy estaba, mañana nadie lo sabía. Así me vería él mientras yo dormía. Comprendí que a pesar del poderoso fusil acunado entre mis manos, frío y temerario, yo también era un ser frágil a la deriva en el mar de las suertes.

— ¡Dany! Acá tenés ––dijo el Toto.
El sargento tenía voluntad de mejorar lo poco que teníamos, le quemaba azúcar en el jarro antes de verter la leche en polvo y el agua. De esa manera se tornaba más soportable ingerir los escasos alimentos que venían en la bolsa de raciones de combate tipo “C”. El corned beaf directamente era una abominación, aunque hacía días se había acabado. El hambre apretaba más de lo normal con el frío austral y hasta el corned beaf enlatado pasó a ser un manjar que extrañábamos.

—Gracias, está buenísima. ¿Un poquito de ginebra no había para ponerle? —le dije.
—No, se acabó anoche. ¡Qué mierda! Tengo un hambre bárbara.
––Por lo menos los cigarrillos no se acabaron ––dijo el Toto.
Tendríamos que seguir fumando para aguantar, al menos hasta que pudiera llegar un avión con provisiones.
—Yo ya estoy en los tres atados por día. ¿Y vos? ––le dije.
—Sí, yo por ahí ando. Total, de algo hay que morirse, si no es una bomba será por el cáncer de pulmón. ¡Y bueno, en fin! Será hasta mañana, al menos eso espero. Chau, Daniel, que tengas una guardia tranquila para bien de los dos.
—Que descanses, Toto.
Como siempre, nuestros diálogos estaban plagados de frases que nadaban en incertidumbre, siempre condicionadas a eventos venideros que imaginábamos pero no podíamos manejar. La guerra, entre otras cosas, trae eso consigo: dudas y más dudas de existencia, frases del tipo “Si me despierto mañana, te prometo, haré tal cosa”, “Tengo que arreglar un poco la trinchera, ¿pero para qué? Quizá ni haga falta”. “Si vuelvo a casa, me doy un baño de espuma y después me emborracho”. Era extenuante, desesperanzador, remitir todos nuestros deseos de planificar al evento siguiente, a un suceso al que nosotros no teníamos posibilidad de manejar porque no teníamos ni voz ni voto: sólo Dios y el destino podían determinarlo.
Me quedé mirando el paisaje oscuro. En la negrura de la noche apenas divisaba la silueta lejana del monte Dos Hermanas. Esforzaba mis sentidos hasta lo máximo y aún más; de eso dependía parte de nuestra suerte de ver otra mañana siguiente. He llegado a percibir ruidos a casi quinientos metros de distancia y ver en la noche como si fuera de día. Qué maravilla el cuerpo humano; cuando se lo exige siempre da más. El instinto de supervivencia activa esta maquinaria casi perfecta. Qué pena morir; tantos millones de años de evolución para llegar a un resultado maravilloso y al rato ser tan solo un sinnúmero de átomos dispersos, sin la magia de esa unidad que alguna vez formó el sueño de sentirse real...

El Toto roncaba; dichoso él que podía. Serían menos horas de padecimiento consciente; al menos ése era un recreo para escapar de la locura de la espera continua.
En aquella soledad me detuve a meditar. Y pensé:
Ahora estás en la oscuridad, en un pozo frío, húmedo, deplorable.
Sientes la soledad como una palabra que lo significa casi todo, aunque descubrirás que no es así; pronto vendrá una sensación más devastadora y se llamará terror.
Primero silencio, después una estampida lejana y sorda; cinco, para ser preciso. Otra vez silencio. La oscuridad y el frío sucumben en tu mente expulsadas por otra sensación que intuyes cercana y turbadora.
Un silbido penetrante en el aire que acrecienta su intensidad en tu oído, desgarrado por el espanto a lo desconocido.
Silbido, golpe, resplandor, estallido, estruendo, vibraciones, y un centenar de diminutas zapas clavándose en todos las dimensiones que perciben tus exaltados sentidos.
Estas allí, inmóvil, aterrado. Cinco golpes a intervalos regulares, que se van acercando. Se aproxima con pasos de gigante, clavándose en la tierra, provocando un ruido semejante al de una pala enorme que se desliza tajante en la tierra fangosa y sin resistencia, igual que tu mente.
Tus ojos cerrados no pueden evitar ver el resplandor a través de los párpados apretados, y tus oídos zumban ante el estallido como si hubiesen captado una frecuencia desproporcionada, saturada en intolerables decibeles, irreal. Te brota líquido caliente de los oídos. Parece agua. En la oscuridad palpas lo espeso y pegajoso que resulta al tacto, lo hueles. Es sangre. Los tímpanos no resisten.
La tierra se sacude y las violentas vibraciones hamacan tu cuerpo entumecido, que sucumbe en posición fetal, como un niño zarandeado por un mal ajeno a la tierra. Quieres llorar y no puedes, deseas clamar y las palabras se olvidaron en tu mente. No manejas el idioma, sólo un grito gutural que asoma a tu boca de rictus y se afloja en el aire de la madriguera, perdiéndose entre los cientos de golpes que se incrustan con disímiles sonidos en todas las direcciones del terreno que te rodea. Pero no te contiene.
En un segundo de ilación racional, recuerdas el cementerio que tanto temías de niño. Sus paredes externas llenas de graffiti irrespetuosos eran una división geográfica entre el mundo de aquí y el más allá. Tu guardapolvos blanco, de pureza angelical, se apartaba de aquel paredón al igual que tus ojos, que hurgaban constantemente la muralla como si ésta pudiera desmaterializarse y engullirte cuando ibas camino al colegio.
Ahora, en la demencia que provoca esta tangible realidad, sueñas despierto con aquella necrópolis con cruces de cemento y árboles secos, con ramas que resulta la imitación más exacta a las manos de un muerto. Deseas aquel sitio de escalofríos pasados como un dulce camastro de roca y lápida donde poder al menos dormir un poco con anhelada paz, una paz que se diluyó de los confines de tu memoria con la misma facilidad con que se pierden algunas preciosas recordaciones de la infancia y nunca más se recuperan.
El segundo silbido se aproxima, otro pie del gigante se está por asentar con su peso de muerte. Ahora más cerca... y el tercero, más aún.
El cuarto paso cae más allá de tu posición; el silbido lo delató con una prolongación sonora. Su persistencia en el aire te apacigua esos segundos. Tu oscuridad, tu desesperación, están caladas en la tierra al abrigo endeble de un pozo que no es otra cosa que un efímero resguardo. Tu tranquilidad sucumbe entre dos pies descomunales que se posan con malicia destructora y una fatiga que te envuelve en el deseo de caerte encima y destruir tu sueño de seguir sintiéndote real. En el medio de los pies estas tú, diminuto y precario, abrazado al cordel invisible de la desesperación.
La quinta pisada cae más lejos. Y cuando el silencio vuelve como la pausa necesaria para justificar un nuevo comienzo, cinco estampidos, puntuales, equilibrados entre sus espacios de tiempo, vuelven a recorrer la distancia para mutarse en el gigante de pies arrolladores. Y no puedes llorar, y no puedes pensar; apenas te aferras al patético cimiento de tus fuerzas cautivas por el dolor y el miedo, y, dentro de la oscuridad de la trinchera, sientes que la palabra soledad, que antes te deprimía, te devastaba, ahora es demasiado poco para justificar un llanto.
Allí estás, soldado de la patria, argumentando un orgullo que, con suerte, a través de los años, se figure como un orgullo ajeno. Allí estás... Tieso y acurrucado, con temblores en el cuerpo y agobio de limites desconocidos que aún no sabes si serás capaz de soportar. Pero no tienes tiempo de replantearte nada, otra andanada de bombas vienen en parabólica trayectoria para atizar la tierra, los escombros volarán una vez más y pondrán en tela de juicio tu dignidad de hombre joven, el temple de tu acero, que se retuerce amenazando con quebrarse en un sonido que se perderá en la noche, apagado por el estruendo del gigante.
Cinco horas llevas soportando la danza macabra del coloso y sus pies de pala, que comenzó a faltar al orden. Un imaginario desvarío lo lleva a dar marchas desprolijas, dispares. Eso es peor, ahora es impredecible y se acrecienta la incertidumbre de no poder calcular el próximo paso asesino. El orden aleatorio de sus pisadas no permiten ningún descarte, ahora cada bomba es una posibilidad cierta, no hay descanso, no hay tregua.
Estas allí durante cinco horas, cuatro veces a la semana, durante dos meses, y te transformas noche a noche en un número de ruleta sobre un paño verde descolorido, como la manta que contiene tus miserias y te mitigan el frío austral en el cuerpo, mientras la bola gira en el bolillero y ruegas porque no caiga en la desgracia de tu cuadricula de negro pesar, al tiempo que imaginas al destino como un alcohólico divertido paseándose con un vaso de whisky en una mano y en la otra un manojo de fichas multicolor que arroja desde el aire con la suficiencia de un millonario compulsivo por el juego. Escoge los números interpretándolos de sus sueños de camas y de putas y hace sus apuestas sin culpas y sin mirar atrás.
Te preguntas qué es ser un héroe. El diccionario puede darte una explicación proverbial del término. Pero sólo tú sabes que doblarse sin quebrarse y seguir de una pieza es una manera de dignificar el heroísmo de tu alma y su capacidad maleable, que gratificará de allí en más los días que te resten por vivir.
El heroísmo es simplemente un acto de locura aplicado a la desesperación de sobrevivir. No pienses en medallas, ni reconocimientos, cualquiera es un héroe, cualquiera es un mártir, cualquiera es un tonto, sólo es cuestión de hallarse en el lugar preciso, en el momento indicado. Lo demás... lo demás no importa, el tiempo dirá en qué pergamino se alinearán las letras que determinan tu nombre y apellido y el significado que brindará esa lámina a los ojos de los que al pasar, y como en un descuido, por simple curiosidad, la deseen contemplar.

La noche pasó, los días se continuaron...
Semidormido, como casi siempre, con el cansancio a cuestas de tantos malos ratos, con los ojos aún cerrados, extendí el brazo derecho acalambrado para asirme de la pared de barro junto a mí. Sentí un ruido fuerte al costado de mi oído y algo que estalló. De un brinco, me incorporé decidido a todo. Miré en la oscuridad hacía el sector de dónde provenía el estruendo. El velador de la mesa de noche yacía deshecho en el suelo. Mi madre, sobresaltada, prendía la luz de la habitación. La miré, le sonreí. La guerra ya había terminado unos días atrás y estaba de vuelta en casa.

O.M. Daniel Grau VGM
perteneció a la Ca Cdo y Ser del Cdo Br I X.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Poema a Carlos Federico Dominguez Lacreu (Malvinas)

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Poema para el actual
Tcnl Carlos Federico Dominguez Lacreu
El Tte. Primero Carlos Federico Dominguez Lacreu,
jefe de compañía del Regimiento de Infantería N° 25, realiza un corte de manga a la cámara de la BBC que registraba la marcha de tropas argentinas que se replegaban tras la rendición del 14 de Junio de 1982. El protagonista explicó en la posguerra que su objetivo era "hecharles a perder la filmación" y "mostrarles mi bronca", atribuyendo este gesto a que "era un teniente primero joven y temperamental".
 

CELEBRACION Y ELOGIO
PARA UN CORTE DE MANGA

Te ví en una película llegada de inglaterra
con la versión británica respecto a nuetra guerra.
No importa la película pués haré referencia
de su extención tan sólo a una breve secuencia.
El gral. menéndez, la historia ha de juzgarlo,
ya resignó su sable sin llegar a empuñarlo,
bajo cielo plomizo bajo custodia armada
avanza una columna para ser embarcada.
Marchan nuestros soldados arrastrando las botas,
envueltos en sus mantas y masticando derrotas,
y marchabas con ellos en el extremo izquierdo,
de una fila marchabas según lo que recuerdo.
Caminabas a largas zancadas desparejas
y llevabas el casco metido hasta las cejas;
los dientes apretados el ceño de tormenta,
tu bigote era hoguera despeinada y violenta.
Bigotes colorados de bárbaro insepulto;
bigotasos propicios al alcohol y al insulto.
Caminabas con largas zancadas insolentes;
las cámaras siguieron tus pasos con sus lentes.
Caminabas ajeno a tales circunstancias,
la mirada sombría perdida en las distancias.
Al frente la mirada y en los tímpanos ecos
de cien mil estampidos repetidos y secos.
Sin embargo, de pronto, después de haber pasado
delante de las cámaras feroz ensimismado,
reparaste en el rol, el rol involuntario
que protagonizabas para el bando adversario.
Desandaste lo andado y altivo, compadrón
te plantaste delante de la televisión.
Registró el celuloide tu estampa socarrona,
con los brazos en jarras, la sonrisa burlona.
Tus bigotes de lacre a la sombra del casco,
dibujan un visaje de humor, de bronca, de asco.
Entonces, lentamente, cincelaste en un gesto
la actitud inequívoca de quién conserva resto.
Fue el tuyo un admirable corte de manga clásico,
planetario, doméstico, académico y básico.
Fue un gran corte de manga, armonioso directo,
superlativo homérico, delicioso, perfecto,
sublime, cosmogónico, excelso, escatológico,
musical, metafísico, ejemplar, pedagógico.
Te agradezco soldado tu arrebato atrevido,
aunque ignore tu nombre e ignore tu apellido.
Ni siquiera llevabas distintivo ninguno,
anónimo guerrero del sarcasmo oportuno.
Agradezco tu gesto repentino y audaz;
agradezco tu gesto patriótico y procaz.
Simbólico exabrupto, dirigido tal vez
no solo al enemigo, al vencedor inglés,
sino a la cobardía de aquel jefe prudente
que jamás ocupó su lugar en el frente;
al superior cobarde y al gobernante inepto;
al cálculo fallido y al errado concepto;
al cauto periodista que retaceó su aliento
al especulador que aprovechó el momento;
Al político dúplice, al literarto críptico,
Al abogado cómplice, al ideólogo elíptico,
Al funcionario escéptico, al mendaz catedrático
Al ámbito soviético y al mundo democrático.
Al este y al oeste, al imperio británico,
Las Naciones Unidas y su Estatuto Orgánico,
A la Comunidad mercantil europea,
A cada voto adverso emitido en la OEA,
Al modo como actuaron los norteamericanos,
A las Ligas que agitan los derechos humanos,
Celebro , combatiente, tu gesto simple y gráfico,
Tu rotundo ademán docente y pornográfico.
Tu gesto dirigido hacia todos los vientos,
Que involucra no obstante opuestos sentimientos,
Pues implica un arranque de gratitud primaria,
que puede establecerse por deducción contraria.
Tu repudio, en efecto, tambien es expreción
de apoyo para quienes te dieron su adhesión.
Expresión paradójica de afecto transitivo
Abrazo recato, tangencial, primitivo.
Escueta acción de gracia al pueblo solidario
Y al generoso impulso de cada voluntario,
y a cada escarapela que adornó una solapa,
y a cada plaza llena que animó nuestro mapa.
Al aporte entregado en la colecta pública,
A la emoción patriótica de toda la República,
A los tantos rosarios desgranados en coro,
Pidiendo la victoria o una paz con decoro,
A la voz espontánea, diferente y genérica,
de apoyo que elevaron las naciones de América,
al piloto esforzado y al marino cabal,
al conscripto, al gendarme, al cabo, al oficial,
que suplieron cumplir con su deber de soldados
en aquellos lejanos parajes desolados,
al jovial camarada que segó la metralla,
a la sangre fraterna derramada en batalla.
Por éstas y otras cosas que tu gesto delata,
lo celebro guerrero del bigote escarlata.
Celebro tu ademán, celebro tu talante,
celebro el alegato inscripto en tu desplante.
Y propongo que el bronce conserve en alegórico
monumento tu gesto canyengue y metafórico.
Tu brazo proyectado en trunca trayectoria
nos estará indicando el rumbo de la Historia.
Co
n su órbita inconclusa, tu antebrazo ascendente
dirá de la existencia de un asunto pendiente.
Plástico y elocuente tu ademán detenido
gritará que la guerra no es asunto concluído.
Pués allí, circundadas por espuma revuelta,
LAS MALVINAS esperan, esperan nuestra vuelta.
Y tu corte de manga nos señalará el camino
Que nos lleve otra vez hasta PUERTO ARGENTINO.

FIN.

Autor: Juan Luis Gallardo


Video:

martes, 6 de diciembre de 2011

La Argentina ocupaba el 6º lugar en la escala mundial.

"En aquel entonces,
la Argentina ocupaba el 6º lugar en la escala mundial."

Julio Argentino Roca.

Pedro Aregautí

No todos los integrantes de “Los 33 orientales” eran ese de ese origen. De ellos 21 era orientales, 3 argentinos, 4 paraguayos, 2 de origen africano y 10 cuyo nombre y origen se desconoce. Uno de los “paraguayos”, de origen guaraní, era el misionero Pedro Areguatí.

Había participado en la campaña libertadora del alto Perú y durante 17 meses se negó a cobrar su sueldo, argumentando que a la Patria le hacían falta esos fondos.

Como dijimos, formó parte de “Los 33 orientales” que permitió a Uruguay scarse el yugo brasileño e incorporase a las Provincias del Río de la Plata. Cuando en 1842 el estado Oriental otorgó un premio en efectivo por aquellos episodios, Pedro Aregautí no se presentó a retiralo.

Pablo Ricchieri
Bajo la presidencia del Gral. Roca, ante los riesgos de algunos conflictos fronterizos, éste, con patriótica previsión, encomendó al Gral. Pablo Riccheri, que viajara a Alemania y adquiriera 40 mil fusiles Máuser para equipar convenientemente al ejército.

El general Riccheri formalizó rápidamente la compra de los máuseres con las fábricas alemanas. En la entrevista final, se le acercó un representante de los fabricantes, quien le presentó un sobre y le expresó:

- General, los fabricantes me han encomendado que le entregara este sobre con el importe de "la comisión" que le corresponde por su intervención.

Riccheri abrió el sobre y encontró un cheque de un considerable monto. Sin titubear, tomó el cheque, lo endosó y se lo devolvió al funcionario diciéndole:

- Mande tres mil Máuser más -le dijo.


Onofre Betbeder

Unos años después, el gobierno argentino, envió al Almirante Onofre Betbeder a Inglaterra, para controlar la entrega de los acorazados "Rivadavia" y "Moreno" en las debidas condiciones.

Éste viajó a los astilleros de Southampton y por 4 meses inspeccionó los barcos tornillo a tornillo. Al concluir satisfactoriamente su inspección, telegrafió al gobierno argentino para que saldara la cuenta. Al día siguiente, un empaquetado funcionario de levita, se presentó a su oficina y le dijo:

- Almirante, permítame que le entregue este sobre en reconocimiento por su trabajo y la imparcialidad con que ha cumplido su misión.

Betbeder abrió el sobre y retiró un cheque, e inmediatamente llamó a un secretario y le dictó la siguiente nota:

"El gobierno de la República Argentina cumple en agradecer a los directores de los astilleros la rebaja por la cantidad de 300 mil libras esterlinas, que han tenido a bien hacerle sobre el precio de los barcos". 


Vitorino de la Plaza
Años más tarde, bajo la presidencia de Victorino de la Plaza, el presidente del Brasil viajó a la Argentina en una visita de confraternidad. Entre los agasajos se programó el banquete oficial. Como éste no podía realizarse en la Casa Rosada , por hallarse en reparaciones, resolvió que se celebrara en la casa particular del presidente, en la calle Libertad. Al día siguiente del banquete, Victorino de la Plaza , llamó a su ama de llaves y comenzó a extender los cheques de su cuenta personal, para pagar a los proveedores. Al concluir le observó al ama de llaves:

- Señora, falta la cuenta de los vinos.

Ésta le explicó:

- Sr. Presidente, como era una comida oficial, se trajeron los vinos de la bodega de la Casa de Gobierno.

Victorino de la Plaza le contestó:

- Señora, en mi casa el gobierno no paga los vinos. Vaya al almacén y reponga a la bodega las botellas que se consumieron.


En aquel entonces, la Argentina ocupaba el 6º lugar en la escala mundial.
   


Audio:


DEDICADO A LOS FUNCIONARIOS POLITICOS DE LA ACTUALIDAD, QUE SOLO LES IMPORTA SUS RIQUEZAS, APROVECHANDO CADA MANOTAZO SOBRE CADA CENTAVO DEL GOBIERNO NACIONAL.

domingo, 4 de diciembre de 2011

A 45 años de la muerte de un golpista (Che Guevara)

 A 44 años de la muerte de un golpista

 Por Agustín Laje (*)

El 9 de octubre del 2011 se cumplen 44 años de la muerte de Ernesto Che Guevara, el desenfrenado homicida que, convertido en héroe por la mitología izquierdista, pasó a ocupar un lugar en el corazón de quienes ni siquiera saben en concreto quién fue ni qué hizo.
Guevara fue fusilado en Bolivia intentando hacer un golpe de Estado contra el gobierno constitucional del carismático René Barrientos, elegido por el pueblo como presidente en julio de 1966. Naturalmente, la guerrilla guevarista −compuesta por un puñado de agentes extranjeros que al mando del Che se habían entrenado en Cuba durante tres meses− no logró captar la adhesion ni simpatía del campesinado boliviano, sino todo lo contrario: experimentó el más rotundo rechazo por parte del sector en cuestión, e incluso el Partido Comunista Boliviano negó también su apoyo a la expedición foránea. Tanto es así que el terrorista Guevara anotará en su Diario de Bolivia al respecto: “La base campesina sigue sin desarrollarse aunque parece que mediante el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más, y el apoyo vendrá después”.(1)

Además de haber sido elegido democráticamente, vale agregar que Barrientos tenía sus raíces en el campesinado que los propios guerrilleros pretendían cooptar o conquistar, y como Presidente había apoyado decididamente a los sectores humildes construyendo caminos, escuelas y hospitales junto al Ejército. Por su parte, en los años ´50 durante la presidencia de Paz Estenssoro se le había concedido amplias tierras a los campesinos, lo que hacía de las promesas guevaristas de “reforma agraria” (reivindicación tradicional marxista e instrumento de movilización campesina) un completo absurdo, propio de la improvisación que caracterizó al guerrillero de marras.
En su aventura golpista, la guerrilla de Guevara acabó nada menos que con la vida de 49 bolivianos.(2) 

Los campesinos pasaron rápidamente de la indiferencia a la delación, colaborando así con el Ejército en el combate contra los invasores extranjeros imperialistas (“la masa campesina no nos ayuda en nada, y se convierten en delatores” escribirá el Che en el citado diario). Así pues, Guevara será finalmente capturado el 8 de octubre gracias a la denuncia de un campesino, y fusilado al día siguiente.
Lo de Bolivia, en rigor de verdad, no fue la primera intentona golpista de Guevara. Años antes, el Che había comandado a la distancia el llamado Ejército Guerrillero del Pueblo cuyo comandante segundo fuera Jorge Masetti y, desde la provincial de Salta (Argentina), intentara crear las condiciones para derrocar en 1964 al gobierno radical de Arturo Illia. De nuevo, sus víctimas provenían de sectores humildes: campesinos salteños.(3)

Curiosamente, mientras hoy el imperialista Ernesto Guevara adorna con su rostro la “Galería de los héroes del bicentenario” inaugurada por el kirchnerismo, al mismo tiempo el cocalero Evo Morales lo reivindica sin vacilar, haciéndose el distraído respecto a los 49 compatriotas bolivianos que el guevarismo ultimó.


Fuente


Notas

(1) Guevara, Ernesto. Escritos y discursos (tomo 3: Diario de Bolivia), p. 115.
(2) Ver Márquez, Nicolás. El canalla. La verdadera historia del Che. Buenos Aires, Edivérn, 2009.
(3) Ver Laje Arrigoni, Agustín. Los mitos setentistas. Mentiras fundamentales sobre la década del `70. Buenos Aires, Edivérn, 2011, p. 76

(*) El autor tiene 22 años, es estudiante de Ciencia Política, miembro de la Red de Escritores “Plumas Democráticas” y autor del libro “Los mitos setentistas”.